lunes, 30 de mayo de 2011

Con apenas 25 años Cantante y sicario de profesión


Cantaba con idéntico profesionalismo y pasión con que apretaba el gatillo.Meticuloso y perfeccionista, tanto en los conciertos como en los crímenes, no dejaba nada al azar. Y a juzgar por su extenso prontuario, revelado por la Policía tras su detención este fin de semana, y los vídeos musicales que grabó, se podría decir que Carlos Valencia se había labrado una reputación.
En los bajos mundos le tenían por un eficiente, sanguinario y frío matón al que nunca le faltaba un encargo, y para los aficionados al despecho, género musical popular en Colombia, era un artista prometedor.
Con esa doble vida, una fachada casi perfecta, logró despistar a la Policía Nacional, que le pisó los talones durante cuatro años. Pero después de capturar en dos etapas a dieciocho de sus cómplices, lograron dar con su paradero en una vivienda de Ciudad Bolívar, en el sur de Bogotá.
"Estuvieron de buenas porque me cogieron sin mi pistola encima. Donde la tenga, les mato por lo menos a dos o tres, y no me dejo llevar vivo", dijo desafiante cuando le atrapó un fuerte contingente de agentes, de los que intento huir corriendo.
Y es que pese a sus 25 años recién cumplidos, aspecto frágil y cara de niño bueno, Valencia es uno de los delincuentes más peligrosos de la capital. Responsable de varias decenas de asesinatos por encargo, amén de otros delitos graves, tenía previsto viajar pronto a España, para escapar del acoso policial en Colombia y ampliar su radio de acción. FARC
Aprendió a apretar el gatillo con absoluta tranquilidad en esa escuela de crimen organizado que son las Farc. Natural de Cartagena del Chairá, pueblo de fuerte dominio guerrillero, en el departamento sureño del Caquetá, se incorporó al grupo armado al cumplir los doce años de edad. El veterano y poderoso comandante de la zona, 'Fabián Ramírez', le debió hacer gracia el niño despierto, que tenía buena voz, y le integró pronto a su anillo de seguridad. En el 2005, Valencia desertó pero no para reintegrarse a la vida pacífica, sino por ganar dinero y llevar la buena vida citadina que anhelaba, lejos de las incomodidades de la guerra.
Aterrizó en el programa que el gobierno, de buena fe, creó para acoger a los guerrilleros y paramilitares que dejan las armas. Pero en lugar de seguir por la senda recta, Valencia se dedicó a conformar una banda con otros reinsertados y delincuentes comunes, en donde era el sicario principal.
Mataba a quien le pagara por hacerlo, ya fuera por ansias de venganza, lío de faldas, deudas, amenazas o ajuste de cuentas entre mafiosos. También hizo alguna que otra limpieza social, como se conoce en Colombia al asesinato indiscriminado de ladronzuelos y drogadictos que molestan en los barrios apartados, así como atentados encomendados por las propias Farc. Cobraba en función de la dificultad del encargo, podían ser doscientos mil pesos (100 dólares) como uno o cincuenta millones (25.000 dólares), aunque en ocasiones lo hacía gratis, como un favor.
Daba igual lo que ganara, que lo solía malgastar, si bien tenía dos bares en Ciudad Bolívar. Mujeriego y jugador empedernido, loco por los casinos, parece que había sentado un poco la cabeza tras el nacimiento de su único hijo, de tres años de edad.

Grabaciones y actuaciones

Sabedor de que le respiraban en la nuca, sobre todo a raíz de las primeras detenciones, era prudente y siempre estaba pendiente de los medios de comunicación, para enterarse si decían algo de los asesinatos que cometía. En un par de ocasiones las autoridades le perdieron la pista, porque se escondió en el Huila, un departamento donde tiene familiares y conocidos, hasta que regresó a Bogotá y empezó a cometer errores que dejaron huella.
Cambiaba de teléfono móvil cada dos por tres, pero mantenía un número inalterable que utilizaba solo en su intensa actividad musical y que la Policía tenía interceptado. Compositor y cantante, solían contratarle para actuaciones en salas de poca monta, si bien en varias ocasiones fue telonero en conciertos de personajes famosos en el género del despecho y llegó a grabar varios vídeos que se pueden ver en Youtube.
Contaba con un apreciable número de seguidores y una carrera en ascenso, pero no le alcanzaba el dinero para llevar el tren de vida que le gustaba. Por eso actuaba en el escenario primero y después, también en las noches, cometía sus crímenes con absoluta frialdad.
Hace unos meses empezó a emplear ese mismo teléfono para hablar con su compañera sentimental, de la que estaba algo distanciado, así como con otros compinches, y fue dejando rastros. Así la Policía Nacional conoció que tras lanzarle una granada a una de sus víctimas y no acabar con su vida, se ofreció a rematarla en el hospital. Evitaron el crimen reforzando la seguridad del centro médico. Lo mismo hicieron en el caso de una empresa a la que Valencia pensaba colocar un coche-bomba porque se negaban a pagar una extorsión.
"Ese 'man' se murió por marica, no quiso entregar la plata por las buenas y ahí quedó tirado", le dijo en una de las tantas conversaciones grabadas a su mujer. "El 'man' quedó ahí tirado en el andén, pero bueno, lo importante: ¿qué hay para comer en la casa? ¿Me guardó carne?", remató como si nada. Ahora afronta acusaciones por delitos que le pueden mandar 40 años a la cárcel, quizá la oportunidad para olvidar el gatillo y dedicarse de lleno a componer y cantar.

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