El restaurante la Joya II, enclavado en un polígono industrial de la carretera de Chinchón, no tiene provisiones en el almacén. El cambio se guarda en las cajas registradoras más baratas del mercado y la puerta de la cocina se deja abierta de madrugada. El tabaco ha pasado a venderse en la barra y ya no hay chiste al atender las mesas. En este local de 80 menús diarios, paredes salmón y plantas de plástico solo queda la tele y porque pesa. Los ladrones se lo han llevado todo 34 veces.
El dueño, Claudio Corral, de 54 años, rompe a llorar cuando termina de contar su historia. Debe haberla explicado veinte veces a casi todos los medios de España, pero -dice- que esta vez está punto de rendirse.
Hace solo 15 días unos intrusos se colaron en su restaurante y se llevaron todo lo que pudieron, saquearon y rompieron la máquina de tabaco y, por lo que cuenta y puede verse en el patio, le reventaron la reja de una ventana. Era la quinta vez que lo hacían en el mismo mes. La trigésimo cuarta en cinco años. Su restaurante tiene un imán para los ladrones que lo visitan desde que solo era un proyecto sobre plano. La fachada de su negocio luce empapelada con ruegos a los cacos: "Si queréis robar está abierta la puerta de la cocina. No rompáis nada. Tenemos que seguir trabajando. Somos ocho familias". "Van a acabar conmigo", añade él.
Hace cinco años los cacos se llevaban 40.000 euros en baldosas y ventanas de aluminio pero ahora, aunque el botín no alcance los 300 euros entre calderilla y tabaco, siguen reventándole los cierres o abriendóle boquetes en el techo. "Alguien debe haberles dicho que esto es un chollo, aunque aquí ya no quede nada", cuenta Corral, que desde los 13 años trabaja a los pies de esa carreterucha salpicada de talleres.
Imán para los ladrones
En la Joya ya no hay "vino bueno", ni ordenadores táctiles, ni cambio en la caja, ni una segunda botella de ron. Lo único que se compra allí en grandes cantidades son servilletas blancas de papel.
El relato de la colección de denuncias que Corral ha interpuesto ante la Guardia Civil es casi idéntico: entran, cargan con el botín (con más o menos prisa si a la alarma se le antoja activarse) y huyen. Nadie ve nunca nada y Corral hace constar en acta que es la enésima vez que le pasa. Así hasta 16 veces. "No he denunciado más por la cantidad de problemas que tengo con las aseguradoras", explica el empresario."Tampoco es que denunciar me haya servido para mucho, ¿no?".
En menos de quince días vence el contrato con la compañía de seguros que cubre los incidentes del restaurante. "Si no me lo renuevan, voy a tener que cerrar. Me está quitando la salud, pero el restaurante mantiene a ocho familias. No puedo contratar a todos mis empleados en mi otro local. Tendré que despedirlos".
La Guardia Civil aún no ha detenido a nadie por estos robos. "De momento no hay pruebas", informa una portavoz que reconoce que el de Corral es "un caso único". "No sabemos si se trata de un efecto llamada porque ha decidido denunciarlo en los medios. Lo que sí es cierto es que es una zona en la que hay varias vías de escape".
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